martes, 16 de junio de 2015

Mi encuentro con las lenguas extranjeras

M. Muelle

Mi encuentro con las lenguas extranjeras



La Puerta de Oro, la Arenosa, Curramba la bella son los distintos apodos de la ciudad de donde provengo. No es un lugar turístico ni de belleza única, lo reconozco. Lo que llama la atención de Barranquilla, es su gente.

Por tradición el barranquillero es tolerante, alegre, hospitalario, abierto a otras culturas, bailador, hablador y moderno. A pesar de ser una ciudad relativamente joven, de un poco más de 200 años de edad, Barranquilla ha crecido en población y económicamente hasta convertirse en la cuarta ciudad de Colombia.

A finales del siglo XIX e inicios del siglo XX llegaron a ella cantidades de extranjeros, libaneses, sirios, italianos, españoles y alemanes, turcos, israelitas, entre otros y se radicaron en ella, transformándola en un centro internacional del país y por ende un lugar donde era posible obtener una educación internacional de vanguardia.

Mis orígenes son indígenas africanos y europeos, entre ellos apellidos Reales, Lavergne, Molinares (Molinari en Italia), Pacini (Italiano) y Muelle (no hay muchos con ese apellido en mi país). Mi vida surgió de una combinación heterogénea dándome sin planearlo dos nacionalidades, la colombiana y la italiana.

Mis padres, un ingeniero electricista y una trabajadora social, procuraron invertir en mí con los idiomas desde pequeña. Gracias a ellos me eduqué en un colegio alemán. Es algo que nunca dejaré de agradecer, porque permitieron que obtuviera una herramienta que ha influenciado el rumbo de mi vida. 

Tengo recuerdos de canciones de preescolar y primaria en ambos idiomas, tanto de Los pollitos dicen pío pío pío como de Hab'ne Tante aus Marokko. A partir de la secundaria ingresó en mi mente el tercer idioma: el inglés. Todos los viernes escuchaba con mis compañeros canciones ochenteras viendo mover la boca y la lengua del teacher Escalante cuando cantaba las canciones con nosotros pronunciando exageradamente cada sonido.

Me gustaban los idiomas, pero no lo expresaba. Era muy callada e introvertida y por eso mis profesores no podían evaluar mis conocimientos como tal vez hubieran querido. Me daba pena o miedo hablar en público y no me gustaba equivocarme.  Cuando terminé mis estudios me di cuenta que no todo el mundo podía hablar varios idiomas.


Por eso crecer con tres idiomas y dos culturas desde niña en una ciudad con mentalidad abierta me trajo muchas ventajas. Una de ellas era tener la certeza de que algún día pisaría tierras lejanas y de que no era imposible aprender otras lenguas.

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