M. Muelle
Mi encuentro con las lenguas extranjeras
La Puerta de Oro, la Arenosa, Curramba la bella son los
distintos apodos de la ciudad de donde provengo. No es un lugar turístico ni de
belleza única, lo reconozco. Lo que llama la atención de Barranquilla, es su
gente.
Por tradición el barranquillero es tolerante, alegre,
hospitalario, abierto a otras culturas, bailador, hablador y moderno. A pesar
de ser una ciudad relativamente joven, de un poco más de 200 años de edad, Barranquilla ha
crecido en población y económicamente hasta convertirse en la cuarta ciudad de Colombia.
A finales del siglo XIX e inicios del siglo XX llegaron a
ella cantidades de extranjeros, libaneses, sirios, italianos, españoles y
alemanes, turcos, israelitas, entre otros y se radicaron en ella,
transformándola en un centro internacional del país y por ende un lugar donde
era posible obtener una educación internacional de vanguardia.
Mis orígenes son indígenas africanos y europeos, entre ellos
apellidos Reales, Lavergne, Molinares (Molinari en Italia), Pacini (Italiano) y Muelle
(no hay muchos con ese apellido en mi país). Mi vida surgió de una combinación
heterogénea dándome sin planearlo dos nacionalidades, la colombiana y la italiana.
Mis padres, un ingeniero electricista y una trabajadora
social, procuraron invertir en mí con los idiomas desde pequeña. Gracias a
ellos me eduqué en un colegio alemán. Es algo que nunca dejaré de agradecer, porque permitieron que obtuviera una herramienta que ha influenciado el rumbo de mi vida.
Tengo recuerdos de canciones de
preescolar y primaria en ambos idiomas, tanto de Los pollitos dicen pío pío pío como de Hab'ne Tante aus Marokko. A partir de la secundaria ingresó en mi mente el
tercer idioma: el inglés. Todos los viernes escuchaba con mis compañeros canciones ochenteras viendo mover la boca y la lengua del teacher Escalante cuando cantaba las canciones con nosotros pronunciando exageradamente cada sonido.
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